A Ramiro lo conocimos como se conocen los verdaderos amigos, por ventura o por magia. Porque vino a aparecer un día en la vereda, entumecido por el invierno, enroscado como una ensaimada delante del portón, mirándome con sus ojos entornados. Conjeturamos acerca de su origen, de si venía de la casa de algún vecinx, o si se había perdido en el bosque, o si literalmente había llegado de otra dimensión con un mensaje indescifrable hasta ese momento para nosotrxs.
Esa mañana, estaba del otro lado de la reja, mirándome con su cuerpo helado y vi que tenía una herida en los testículos. Le dejé un plato de comida, pensando que eso podría animarlo. Dos días después ya se había arrimado al sillón dentro la casa, y aunque no fue desde el primer momento aceptado por los demás habitantes del hogar, se fue ganando su merecido espacio como parte de la familia.
Creo que nos convertimos en buenos amigos. Era tan sensible, que cuando había una situación un poco tensa -y vaya que si las hubo- gemía como si le doliera el alma. Su mirada me convenció de que en otra vida nos habíamos conocido, o que al menos sabía perfectamente qué significaba ser como yo. Quiero decir, como un animal humano.
Nos acompañaba a todas partes, salvo por una excepción; jamás se subía a los autos. A las pocas semanas que llegó, una señora se ofreció para llevárselo a otro hogar, dado que ya éramos bastantes en la casa. Había llegado a nuestras vidas de forma provisoria para que se recuperara de sus heridas, y decidimos dárselo a una vecina del pueblo que se comprometió a cuidarlo. La señora vino en su auto y apenas Ramiro la vio, se fue a esconder debajo de la casa. Fue imposible sacarlo de ahí. A la semana siguiente volvió y él estaba en el sillón, así que lo abracé y lo subí al auto de la señora con una sensación que me rompía el alma, porque sentía que empezaba a quererlo como se quiere a un hermano, a un compañero de ruta. La señora se fue y dos horas más tarde regresó con Ramiro, que se bajó del auto corriendo, moviendo sus orejas con una innegable expresión de alegría, mientras la señora nos pedía disculpas, diciéndonos que había sido un error intentar llevárselo. Dijo que lloró todo el camino y que le había vomitado medio auto por dentro. Entonces supe que él tenía que quedarse con nosotros.
Anoche soñé contigo, Ramiro. Sé que los últimos días fueron tormentosos. Sé que alguien te hizo daño en la patita y sospecho que fue uno de los vecinos mala onda, por haberte comido una de sus gallinas. Anoche soñé contigo y en el sueño me dijeron que te habías ido. Por eso te mando este mensaje, para decirte que estoy bien, que te quiero mucho, y que te extraño. No se si volveremos a vernos, pero sé que conectamos y ni tú ni yo olvidaremos nunca esa profunda amistad. Donde quiera que estés, que la suerte te acompañe siempre, Comandante Ramiro, Compañero del Alma.