Todo se pierde con el dolor de la ausencia. Incluso la sensatez, acosada por espíritus inquietos, que rodean las paredes de la casa, apretando interruptores, abriendo las llaves de paso, dejando correr el agua por las escaleras, como si allí fuera a parar lo irrecuperable; ese inmenso mar de grietas profundas donde residen la oscuridad y el olvido.
Todo se pierde, incluso el aura del ausente, en medio una luz que cruje, ante los ojos cerrados del náufrago.