mirábamos el sol en la penumbra de los cristales, de una ciudad edificada sobre espejos que nos devuelven invisibles. ardíamos de rabia ante la impotente marea de idiotas que suben y bajan escaleras, en torres empinadas hacia un cielo gris, apretando botones en sus dispositivos, aferrándose a una realidad imposible y absurda de una pantalla que nos borra poco a poco. lo que importa está ahora en el presente, te observa y te vigila, pero crees ser tú la quién decide. falsos profetas declaman las últimas tendencias, mientras tanto yo escribo sin mayúsculas, sin apelar al orden de la sintaxis, desobedeciendo a las reglas, destruyendo sus avatares, sus figuras disfrazadas de gurús que alimentan el miedo, otro disfraz que se superpone a la vida, como tantas otras falacias. mi página web se desintegra en píxeles oscuros y escalas de grises y vuelvo a existir en pleno bosque, abrigado por sombras y susurros, protegido de las ondas electromagnéticas de los aparatos, adosados al cuerpo como amuletos o como fantasías de un espectáculo porno. la nueva realidad es el fetiche de los mediocres, y a ella nos aferramos como a una simulación. desde allí inventamos los neo-mitos de la neo-cultura humana, mientras que nada ha sido creado aún, más bien todo es una copia burlesca de su original, en esta era donde copiar y pegar se simplifica en dos clics. y clickeamos como si fuéramos a disparar, empuñando el mouse o el dedo o lo que fuera que nos impone la interfaz del tecnopoder. un poder que radica en la incapacidad de la memoria colectiva, en la existencia del dispositivo como portador del mensaje y no en la reflexión, no en la cadencia de los astros y sus millones de historias. y hoy todo es una escenografía, hasta la tierra misma que pisamos, no es más que una cúpula dentro de una gota de agua sobre el lomo de una tortuga.